Las mañanas de invierno en Puerto Varas comienzan lento, mientras salgo a tropiezos de mi bus desde Santiago a las 9:25 en la mañana, me dan la bienvenida las calles vacías, incluso los perros vagos (que son muchos en Chile) no sienten la necesidad de comenzar su ronda diaria en busca de comida hasta las 10.
Encuentro el camino hacia la hostal, Casa Azul y toco el timbre, pero no hay respuesta. Afortunadamente, un taxista muy entusiasta andaba cerca y me ofreció un tour por la ciudad, y de paso me explicó que tal vez no había gente en la hostal. El conductor me dijo: ´Es la temporada de invierno, la gente todavía está durmiendo´.
Luego, ya estaba en el parque Philippi, el punto más alto de Puerto Varas, aquí, pude observar la vista panorámica de la ciudad del siglo 19 y sus dos guardianes; el volcán Osorno al norte y el vecino volcán Calbuco al este, sitios que he apreciado antes solo a través de las imágenes de Google. No puede evitar tomar una foto exactamente igual a las que había encontrado en Intenet.
Más tarde, después de haberme instalado en mi hostal, decidí dirigirme a la plaza de la cuidad, bajo una gran carpa blanca, había muchos locales reunidos en la Feria de Invierno, vendiendo artesanía local, ropa y pasteles. Pero después de echar un vistazo, el lago me llamó y me dirigí hasta el muelle de piedras naturales de la cuidad con lo cual pude observar el volcán Osorno mas allá del lago Llanquihue. Como era el inicio del mes de julio, la temporada de invierno en el hemisferio sur, me encontraba solo en la costanera de la playa de Puerto Varas. Casi no podía imaginar el bullicio y el ajetreo de la multitud en la playa en los meses de verano, ya que tanto chilenos como extranjeros llegan en manada a disfrutar de las ventajas del sol y de las vistas que la ciudad ofrece.
Luego, decidí tomar un camino diferente hasta mi casa para poder ver la iglesia católica Sagrado Corazón, construida en 1925. Construida en un estilo barroco neo romano, con cúpulas rojas redondeadas con lo que se corona la herencia alemana del la cuidad presente en la arquitectura y la gastronomía. Un par de horas más tarde, y cómodamente en mi cama, cerré los ojos con imágenes tentadoras de la cima nevada del volcán en mis sueños.
La mañana siguiente, mi tabla de snowboard y yo tuvimos dos opciones para llegar al volcán Osorno; un bus hasta Ensenada y después hacer dedo o arrendar un auto.
Una vez que llegue a la base del volcán Osorno, salí del auto, saque a mi copiloto del bolso y compre un ticket para la telesilla. Durante los 20 minutos que demora la telesilla hasta la cima, pude observar en asombro el escenario a mi alrededor. Más tarde Victor Wellmann, presidente de la cámara de turismo en Puerto Varas y gerente general del Hotel Cabañas del Lago (construido por su padre en 1980) que las telesillas no fueron construidas hasta el año 2000 y principalmente para actividades de verano, que el esquí era solo un subproducto.
Luego de una bajada cautelosa por la pista delimitada del resort, tomé el consejo de un tipo que estaba por ahí y escalé un poco en búsqueda de nieve fresca. Encontré lo que buscaba, pero terminé en el patio de un chalet en vez de en el área de las sillas. No hay muchas opciones fuera de pista en el volcán, pero lo que le falta en pistas lo compensa en vistas. Cuando el operario de la silla me dijo ´es el último amigo´ no podía creer como las horas habían pasado, pero el atardecer era el testamento del final del día.
Más tarde esa semana, programé una entrevista con Folke Bergström, gerente de la región de los lagos para Andina del Sud (una empresa turística). De él supe los orígenes del ´Cruce Andino´ el cual lleva pasajeros por bote desde Puerto Varas a través de los lagos y montañas de los Andes hasta la Patagonia argentina y Bariloche. Esta travesía fué en un inicio comercializada como una aventura turística por el empresario chileno Ricardo Roth, luego la utilizó como ruta para exportaciones antes de la primera Guerra Mundial.
Una semana más tarde, estaba nuevamente caminando en puntillas entre perros vagos en una fría mañana, esta vez apurándome para presentar mi pasaje en la oficina del Cruce Andino. Nuestra primera parada fue el salto de Petrohue en el parque nacional Vicente Perez Rosales a una hora de Puerto Varas. A medida que todos se amontonaban para salir del bus entusiasmados por el sonido del agua, yo caminé a través del puente de madera que guía hacia el parque, disfrutando del momento. Un par de días atrás, en una caminata por el parque con algunos amigos decidimos no ir al salto, recomendado por el conductor del bus, quien pensó que sería aburrido. A medida que mis ojos se fijaban en la espuma blanca que chocaba con las rocas hasta crear una enorme caída de acorde de la naturalidad casual de los chilenos hacia su maravilloso entorno.
Una vez que el guía finalmente convenció a todos de volver al bus, condujimos por otros 40 minutos para nuestro primer cruce de lago, abordamos un catamarán para cruzar el lago Todos los Santos y eventualmente llegamos a Bariloche. Cuando regrese de mi expedición a los Andes esa semana, di la bienvenida a la perezosa neblina de la mañana de invierno, que señalaba mi llegada a Puerto Varas. En el camino de regreso a la hostal de detuve en mi carnicería favorita y compre algunos huevos frescos y practiqué algunas nuevas palabras añadidas a mi vocabulario español con los trabajadores, quienes siempre tienen el ánimo para atender al americano que decidió enfrentar el invierno Puertovarino. Tenían razón, disfrute de la hostal como mi propia casa por la mayor parte de mi tiempo aquí, la cual le dio la bienvenida al extraño viajero que se detuvo por una o dos noches.
En mi última noche en Puerto Varas, estaba tan absorto en cocinar una ultima cena en mi hostal que no me di cuenta de una joven rubia de ojos claros que paso por la cocina. Fue solo cuando lleve hasta la mesa el plato caliente con la comida que me di cuenta que no estaba solo. Con mi español entrecortado supe que era una estudiante de medicina, y que estaba en un programa de intercambio en Santiago. Ella había venido a escapar de la cuidad y a experimentar la naturaleza Chilena. Antes de su llegada, no había querido admitir que pronto regresaría a la vida de ciudad, pero ahora mi resistencia a la despedida era menor, era ahora su turno de disfrutar de la belleza escondida en la bruma del invierno Puertovarino.