Texto y fotos por Ignacio Palma
Puerto Williams, Chile – Más de 150 días transcurrieron desde que Fedor Konyukhov dejó Nueva Zelanda. Aquel 6 de diciembre de 2018, comenzó a cruzar en solitario el Océano Austral en una embarcación a remo hasta llegar a las aguas del Cabo de Hornos. Y en una tarde de sábado, sobre un calmo Canal Beagle y bajo un sol resplandeciente, estaba próximo a tocar tierra nuevamente, mientras navegaba en dirección a Puerto Williams, ciudad ubicada en Isla Navarino, Chile.
Con la flameante bandera de su país, Rusia, Konyukhov emergió desde la cubierta de su bote, alzó la mano derecha y sonrió saludando a quienes lo veíamos desde el Muelle Naval Guardián Brito.
Su bote anaranjado, llamado “Akros”, lo iba remolcando el yate “Australis”, embarcación que lo escoltó desde que ingresó a aguas nacionales a fines de abril pasado. La circunnavegación al propio cabo ubicado en la isla Hornos no pudo concretarse debido a las malas condiciones meteorológicas.
Sin embargo, el 9 de mayo pasado, Fedor remó por el mar de Drake hasta las aguas cercanas a las islas Diego Ramírez, a unos 100 kilómetros al suroeste del Cabo de Hornos. Ahí, al encontrarse en la misma longitud del siempre codiciado punto austral (específicamente, en 68.68 Oeste), decidió dar por cumplida su hazaña.
Con vientos de frente que superaban los 80 kilómetros por hora, la tripulación del “Australis” realizó una difícil maniobra con un bote inflable sostenido a una cuerda, para que así Fedor se embarcara en el yate y pudieran remolcar el “Akros”.
Desde la misma zona de Diego Ramírez, la embarcación fue escoltada por el Patrullero de Servicio General (PSG) de la Armada de Chile, “Isaza”, donde Fedor finalizó su aventura de 7 mil 200 kilómetros navegando a remo y en solitario, e inició el retorno a tierra por los mares interiores chilenos, con una escala en Puerto Toro antes de recalar en Puerto Williams.
“Chile es un país hermoso”
“¡Puedo oler la tierra, el pasto, los árboles, porque en el océano no hay olor!”, exclamaba con gozo este hombre ya en Puerto Williams. Su rostro, que no parece estar tan curtido por las aguas salinas, se esconde entre su larga barba y cabellera. En ambas le afloran algunas canas que reflejan medio siglo de múltiples expediciones dentro de sus 67 años de vida.
Sus ojos celestes como los mares glaciares parecieran aún retener los días y noches en silencio en medio del océano. También el sol, la luna, la lluvia y el viento que lo seguían desde todas las direcciones; las olas agitándose contra su embarcación hasta ingresar en su cubículo; el lejano e infinito horizonte, a veces plano, otras veces demasiado ondulante para la mente humana. Y las ballenas, delfines y albatros que en tantas ocasiones contempló con emoción y en soledad.
Pero tampoco se olvida de las tempestades. Solo tuvo 50 días con condiciones meteorológicas relativamente buenas y 100 con tormentas que incluyeron olas de hasta 10 metros y rachas de viento de 100 kilómetros por hora. Se le dio vuelta el bote cuatro veces -donde perdió parte de sus paneles solares, vitales para una máquina desalinizadora de agua-. Vivió momentos de frío y humedad. Pero aun así mantuvo su perseverancia y logró el objetivo.
En su desembarco en Puerto Williams, Fedor se comunicó principalmente en ruso, idioma que yo no hablo, pero la amabilidad, felicidad y complacencia en el tono de su voz la podría distinguir cualquier persona de este mundo. Sonríe con humildad tras cada explicación que da, y su hijo, Óscar, capitán del “Australis”, traduce en inglés.
“Chile es un país hermoso, con gente muy amigable, con una gran hospitalidad y naturaleza bella. Tengo muchos amigos aquí. Ahora, incluso más”, comentaba risueño este delgado hombre frente a las cámaras chilenas y rusas, luego de ser recibido por el comandante del Distrito Naval Beagle y gobernador marítimo de Puerto Williams, capitán César Miranda.
Su opinión la hace con solvencia. Años atrás, había estado en tres ocasiones en la capital de la Provincia Antártica Chilena, y ha circunnavegado en yate cinco veces el Cabo de Hornos. Además, entre 2013 y 2014 cruzó solo a remo el Pacífico Sur, entre Concón, Chile, y Brisbane, Australia. Y en 2016, batió el récord mundial de vuelo alrededor del mundo en un globo aerostático, realizándolo en tan solo 11 días. En aquel solitario viaje y sin detenciones, voló sobre Santiago y se comunicó vía radio con la torre de control, divisando, a lo lejos, Concón.
Esto es solo por mencionar sus vínculos con Chile dentro de su infinidad de travesías alrededor del mundo. Entre ellas, destacan ser el primer ruso en alcanzar las “Siete Cumbres” -conquistar la montaña más alta de cada continente, incluyendo el Everest en dos ocasiones-; explorar los extremos del Polo Sur, Polo Norte -tres veces- y el Polo de Inaccesibilidad del Océano Ártico; cruzar el Océano Atlántico 15 veces -14 en yate y una a remo-, y circunnavegar el mundo en yate vía Cabo de Hornos en cuatro ocasiones.
La fe de Fedor
¿Pero qué lleva a este ex marino a realizar más de 40 expediciones únicas en la historia, con récords mundiales incluidos? Cuando a una colega y a mí nos invita a su bote, me voy enterando poco a poco.
Mientras seca su embarcación con una esponja, Fedor explica y su hijo traduce al instante. “Lo hago para incentivar a la gente a viajar y promover la amistad entre países. Por ejemplo, ahora he llegado a Chile en un bote ruso y conocí a la gente chilena. Tengo a un equipo de ayuda proveniente de Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica e Inglaterra. El bote fue construido en Inglaterra, el viaje comenzó en Nueva Zelanda. Es como una corporación global”, explica.
“Todos los países son bienvenidos. Somos amigos y hacemos proyectos fantásticos juntos. Así es cómo el ser humano debiera cooperar. Hago estos proyectos no sólo por Rusia, sino que para todos los seres humanos, para toda la gente, para inspirar a las nuevas generaciones”, complementa.
Pero tal como los desconocidos abismos marinos sobre los cuales él mismo remó, hay algo de mayor profundidad en todas sus aventuras. Por más que le encante sobrepasar los límites humanos, menciona una afirmación sin titubeos. “Solo con la ayuda de Dios puedes cruzar el Océano Austral en este bote”, dice tajantemente.
Su comentario no es majadero. En su bote emergen dos crucifijos de Jesús. Uno está instalado sobre la puerta que da a su camarote. Cuando rema, más cerca que todo horizonte, sus ojos ven aquel objeto religioso. El otro está en el extremo opuesto, es decir, a sus espaldas cuando está navegando. Ambos lo han acompañado en todo su trayecto, tanto en la calma como en la tormenta de estos mares australes. “El bote debe estar bien preparado, debes tener experiencia, pero nada hubiese sido posible sin la ayuda de Dios”, argumenta.
De repente, saca un libro con oraciones que recitaba a diario en medio del infinito Océano Pacífico. Hoy no es la excepción para dedicarle un tiempo a su fe. Se saca la boina marinera que lo ha acompañado en todas sus aventuras desde 1997, se persigna dos veces y, con su calmada voz, lee una oración en ruso. Finaliza con un amén, palabra universal entendible en muchos idiomas.
Su convicción en la fe ha sido tan o más fuerte que todas las expediciones que ha hecho en su vida. En 2010 fue ordenado sacerdote por la Iglesia Ortodoxa Rusa, cargo que lo ha llevado a realizar liturgias en la capilla San Nicolás de Myra en Moscú. A pocos metros del templo tiene su estudio de arte donde crea pinturas del cristianismo ortodoxo, además de retratar sus expediciones, paisajes y fauna. Ha montado varias exposiciones en los museos rusos y también ha publicado 17 libros con sus historias.
En ocasiones ha manifestado su sueño de que exista una parroquia para aventureros, ya que le gustaría servir a aquellas almas que están buscando algo más allá en sus actividades extremas. No ha dudado en declarar que ese más allá es Dios. En una de sus navegaciones al Cabo de Hornos, donó una cruz a la capilla Stella Maris, ubicada junto a la Alcaldía de Mar en la homónima isla.
Dream big
El sol cae y Fedor continúa ordenando su bote de nueve metros de eslora. Junto a su equipo planea cenar en algún restaurante de la ciudad más austral del mundo. Será la primera vez que lo haga luego de estar tanto tiempo comiendo en el ondulante mar. Antes de despedirnos, amablemente nos regala un paquete de comida deshidratada que tantas veces consumió en su expedición. Se despide fraternalmente de nosotros con un abrazo.
Después de visitar Ushuaia, la segunda parte de su viaje continuará por los mares australes con dirección al este, para culminar en Puerto Leeuwin, Australia. La tercera y última parte será la navegación a remo que planea hacer desde dicha localidad australiana hasta Dunedin, ciudad neozelandesa donde inició todo. De esta manera, si llega a completar los 27 mil kilómetros totales de travesía, se convertirá en la primera persona en dar la vuelta al mundo a remo en el Océano Austral.
Y las aventuras no se detienen. Mientras la embarcación esté en reparaciones en Inglaterra, este hombre nacido en Kiev, Ucrania (por entonces perteneciente a la Unión Soviética), y crecido en San Petersburgo, Rusia, planea concretar un nuevo hito en su carrera: desde el desierto australiano volará en globo aerostático hasta la estratósfera, es decir, a 25 kilómetros de altura.
“Dream big (sueña en grande)”, dice su hijo Óscar, y de esta forma, resume gran parte del alma de su padre.