Nota del Editor: La siguiente es de la Edición 28.
Escalada, conservación y comunidad en Pucheguín.
Por Brady Robinson Traducción por Rosa Baranda
Brady Robinson es director de filantropía de la Fundación Freya y presidente del consejo de la Fundación Honnold.
La Patagonia es tan célebre por sus paisajes icónicos que no necesita introducción alguna. Torres del Paine, Tierra del Fuego, Fitz Roy, Perito Moreno... He visitado muchos de estos lugares y realmente son sobrecogedores. Pero la parte de la Patagonia chilena que conquistó mi corazón, inesperadamente, es una zona salvaje menos conocida que en general recibe el nombre de Gran Pucheguín, usualmente conocida como Valle Cochamó.
Hace veinte años organizaba cursos para Outward Bound en el norte del distrito de Los Lagos de Patagonia. El itinerario de los cursos era difícil y hermoso. Caminábamos con nuestros estudiantes río Blanco arriba en Chile hasta las faldas de un enorme volcán llamado Cerro Tronador, cruzábamos la frontera, intentábamos llegar a la cima y descendíamos a Argentina a través de la bien llamada Pampa Linda. Los cursos llevaban varias semanas y contaban con algunas de las mejores ofertas de Outward Bound en aquella época, así como las más complicadas.
El Valle Cochamó, conocido por sus espectaculares paredes de granito, a veces denominado “el Yosemite de América del Sur”, estaba junto a nuestro camino chileno. Me preguntaba si podría incluirlo de alguna manera a nuestra ruta. Así que me tomé varios días libres e intenté encontrar una ruta a través del valle Cochamó hasta Tronador.
Mi compañera (y futura esposa) y yo fuimos a caballo al valle Cochamó en la ruta del Paso El León, que en algún tiempo fue una ruta de comercio importante entre Chile y Argentina. Cabalgamos en un silencio sobrecogedor, rodeados de enormes paredes de granito blanco y de las aguas azules verdosas del Cochamó. Cuando los caballos ya no podían continuar, seguimos a pie río arriba siguiendo el cauce del La Junta. Aquí pasamos directamente por debajo de paredes de roca viva de granito, algunas de hasta 1.000 metros, que captaron la imaginación del escalador que llevo dentro. No había sendero y no tardamos en darnos cuenta de que la única manera de ascender desde el valle era meterse en las aguas heladas del río, sorteando cascadas de vez en cuando. Tras un día y medio de caminata remojada llegamos al nacimiento del río. Encontramos una mata de alerces ancestrales en un circo remoto y no vimos signo humano alguno. Una zona seca y plana junto al agua era el único lugar razonable para hacer una hoguera y montar el campamento. No había ningún cerco de fuego, ni terreno pisoteado, ni cicatrices en la corteza de los árboles. Nada más que agua, bosque, granito y silencio. Nunca antes había visto un lugar tan hermoso, digno de protección nacional en cualquier país, sin impacto humano alguno. Mi empeño en encontrar una ruta transitable se desvaneció por un momento y me di cuenta de que no tenía nada que hacer con 12 estudiantes por un terreno tan agreste. El terreno era demasiado duro para un alumno medio y el impacto sería exagerado.
Después de varios rodeos más en busca de un sendero practicable, descendimos al siguiente valle usando la vegetación similar al bambú para sortear los desniveles más marcados. Desde la espesa maleza se podían apreciar varios acantilados. Sólo la inesperada aparición de grandes copas de árboles a la altura de los ojos nos indicaba que estábamos al borde de un precipicio. Al final llegamos al río Quitacalzones, más abajo, cuando cayó la noche en nuestro segundo día de excursión. Tras una noche desagradable vivaqueando sin comida, descendimos (otra vez por un río azul verdoso) hasta llegar a otra confluencia donde nos encontramos con dos arrieros disfrutando de un asado. Nos invitaron a comer con ellos, compartiendo felizmente la carne que habían cocinado a fuego lento en una hoguera y nos alquilaron sus caballos. Cuando les dijimos de dónde veníamos, no nos creyeron. Apuntamos y se lo explicamos, pero se limitaron a negar con la cabeza. “Estos gringos…”, parecían decir incrédulos.
Esa aventura y el increíble paisaje han permanecido siempre en mi recuerdo. Sentí que me habían confiado un secreto: que existía un lugar de belleza única, con árboles de miles de años rodeados de especies de flora y fauna endémica y amenazada. ¿A quién podía contárselo? ¿Quién se aseguraría de que los árboles siguieran allí dentro de otros mil años? Quería ayudar, pero tardaría quince años en encontrar la manera.
¿A quién llamas cuando no hay nadie a quien llamar?
En 2017, regresé al valle Cochamó como consejero de la Freyja Foundation, una organización recién formada centrada en la protección de lugares salvajes. Estábamos buscando posibles proyectos de conservación en el valle. Gracias a mi trabajo como defensor de la escalada profesional en EE. UU. había seguido en contacto con escaladores y conservacionistas chilenos y sabía que los peligros que enfrentaban el valle y la región eran cada vez más numerosos. Se estaba hablando de un enorme proyecto hidroeléctrico en Río Manso y cada vez había más presión en el valle Cochamó por el aumento de las visitas y la amenaza del desarrollo inmobiliario por la construcción de una carretera y las subdivisiones de varias propiedades privadas ya existentes.
Pasamos los primeros días hablando con la pareja formada por el americano Daniel Seeliger y la argentina Silvina Verdun que era dueña de un hermoso refugio y campamento en el valle Cochamó y eran conservacionistas de la región. Su propiedad servía como centro de operaciones para los alpinistas locales, los visitantes y un grupo de gente que vivía permanentemente en el valle y que pasaba el tiempo trabajando en los senderos, gestionando los terrenos, construyendo retretes de compostaje, escalando o realizando operaciones de búsqueda y rescate. ¡Cuánto había cambiado el valle desde la última vez que lo había visto! Antes, no había más que unas pocas construcciones para los arrieros: ahora había refugios, campings establecidos con zonas comunes y un sistema de senderos y funiculares manuales para permitir el paso de personas y materiales. Todo esto había ocurrido de manera orgánica, sin ninguna agencia centralizada oficial.
Después, caminé con otro miembro de la Freyja Foundation hasta el Anfiteatro, uno de los circos rocosos principales muy por encima del suelo del valle que recuerda a las paredes de Yosemite. Hicimos la clásica ruta Al Centro y Adentro (5.11c) de 12 largos que fue igual de buena o mejor que cualquiera que hubiera hecho hasta entonces. Practicada por primera vez en 2012, esta ruta era parte de una oleada de nuevos caminos que se habían empezado a desarrollar después de mi visita inicial en 2003. Tras muchas horas de escalada técnica y difícil, llegamos a la cima y encontramos nuestra recompensa en pequeños estanques naturales de agua prístina y vistas a 360° de las montañas y los volcanes hasta donde alcanzaba la vista.
Poco después de regresar al refugio aquella noche, nos enteramos de un accidente reciente de salto BASE en la parte de La Junta del valle. En Cochamó no hay un equipo oficial de búsqueda y rescate y todos los salvatajes los lleva a cabo un grupo experimentado de voluntarios. Nos unimos al equipo de voluntarios, de unas 20 personas, una mezcla de gente local y escaladores que tenían mochilas equipadas con suministros de emergencia. Daniel era la figura central de esta operación de rescate, al igual que lo había sido en la mayoría de las anteriores. Nos organizó y dirigió a todos con calma y de manera experta. Encontramos al saltador BASE tirado, roto, junto a la orilla del río Junta. Se había golpeado contra el acantilado desde el que había saltado y aterrizó milagrosamente junto al río, la única zona plana y verde disponible. Mientras Daniel llamaba por radio al helicóptero, despejamos y marcamos la zona de aterrizaje.
El helicóptero llegó al atardecer y volvió a despegar minutos después con un pasajero extra, el saltador que estaba estable, pero malherido. Todos lanzamos un grito de júbilo. En el valle Cochamó es la comunidad, compuesta de lugareños y visitantes de todo el mundo, la que responde a las emergencias y los desafíos. Aunque saben cuándo tienen que pedir ayuda, se lo toman como una responsabilidad personal y actúan desinteresadamente cuando alguien o algo lo necesita.
Responder a la llamada
No regresé a Cochamó hasta 2022. Como a muchos otros, la pandemia me dio una patada en el trasero, me rompió y me obligó a reimaginar la vida y mi propósito en ella. Tras un divorcio y un par de cambios de trabajo, tuve una aventura corta, excitante y a la postre nefasta con el parapente, que acabó en un accidente y varios huesos rotos. Mientras convalecía, recibí una oferta de trabajo de la Freyja Foundation, para la que todavía trabajaba como consejero voluntario. Estaba muy impresionado con el trabajo que habían hecho en el Parque Patagonia, en Argentina y con la visión audaz y refrescante de su presidenta, Anne Deane. El puesto era perfecto para mí y me pareció que las piezas sueltas del puzzle que era mi vida en ese momento estaban empezando a encajar por fin.
Uno de mis primeros actos en Freyja fue hacer llamadas para ver cómo estaban las cosas en el valle Cochamó. Resultó que el momento era el oportuno. Una propiedad crítica de 309 hectáreas a la entrada del valle estaba en peligro de subdividirse en 79 parcelas. Al menos los activistas locales habían negociado una pausa temporal con el proyecto mientras buscaban un comprador interesado por la conservación. Descubrí que una organización popular llamada Puelo Patagonia había estado trabajando en la región durante mucho tiempo y tenía un historial extraordinario en lo referido a bloquear proyectos hidroeléctricos y establecer el Santuario de la Naturaleza de Cochamó. Mientras tanto, la Organización Valle Cochamó, aún más local, con el apoyo de Puelo Patagonia, estaba gestionando las visitas y la educación pública para el valle y el centro de visitantes, asegurándose de que todos tuvieran un campamento reservado o planes para marcharse el mismo día y que se llevaran sus desperdicios consigo. Las visitas anuales habían ascendido de varios cientos cuando fui por primera vez en 2003 a más de 15.000 en 2022. En vez de un desastre de basura, erosión y desperdicios humanos, el valle estaba en muy buena forma gracias a la visión y la dedicación de un pequeño grupo de lugareños.
Rodrigo Condeza, un defensor local desde hace tiempo, además de miembro de la junta de Puelo Patagonia, me dijo que la gente dedicada a proteger la región era básicamente la misma, incluso los que vivíamos en otros lugares. “Nos hemos enamorado de este sitio. Y ahora todos estamos intentando encontrar la manera de contribuir y protegerlo. Es como si no tuviéramos opción. Es algo que tenemos que hacer”, explicó. Sin duda era cierto en mi caso y el de Anne. En agosto de 2023 la Freyja Foundation compró la parcela de 309 hectáreas para protegerla permanentemente.
Regresé en diciembre de 2023 con varios empleados de Freyja para visitar la propiedad recién adquirida, en la que se encuentran ocho kilómetros del sendero principal de Paso El León y para estrechar el vínculo con nuestros socios locales. Tras pasar tres días en el valle, Rodrigo y José Claro, presidente de Puelo Patagonia, nos acompañaron en una visita aérea de la zona. En un principio la ruta nos llevó a sobrevolar el valle Cochamó y después seguimos hacia el sur, sobre la vasta expansión de Pucheguín. Vimos glaciares de nieve blanca y hielo azul, lagos colgantes y montañas vírgenes y una vasta expansión de bosques autóctonos salpicados de las reveladoras puntas verdes de las copas de los alerces. La inmensidad de la zona se convirtió en una broma durante la hora y media que duró el vuelo. “¿Qué era eso?” “Pucheguín”. “¿Y eso?”. “Pucheguín”. “¿Y eso de allí?”. “También Pucheguín”. Todo ello en manos privadas y desprotegido.
Aterrizamos en Rincón Bonito, un rancho que en algún tiempo perteneció a Doug y Kris Tompkins. Mientras visitábamos la casa que habían construido, me imaginé las conversaciones y los debates que debieron de darse allí, las preguntas y las incertidumbres a las que se enfrentaron. A pesar de los riesgos y las dificultades, se pusieron manos a la obra y protegieron muchos millones de acres de tierras prístinas en la Patagonia. Ahora, una nueva generación de conservacionistas está respondiendo y jugando el papel que les toca. Puelo Patagonia, en colaboración con las comunidades locales y otras organizaciones, está trabajando para construir un futuro para la región de Pucheguín que beneficie tanto a la gente como a la fauna salvaje, yendo más allá de la noción falsa de que las industrias destructivas de extracción son la única manera de avanzar del ser humano y de la prosperidad económica.
No hay un número de emergencia al que llamar para la conservación. Harán falta muchas más décadas de esfuerzo consistente y la pasión de miles de personas para proteger la fauna salvaje y los lugares indómitos de la Patagonia. Muchos no aparecerán nunca en un artículo de ninguna revista, ni recibirán una placa con su nombre ni siquiera un simple “gracias”. Pero es lo que hace falta. La persona a la que tienes que llamar eres tú.