Megaincendios e industria forestal en Chile

Correo electrónico Imprimir

 

 
Por Rodrigo Barria
 
Nota del Editor: La siguiente es de la Edición 27.
 
En pocos años, la zona centro-sur de Chile ha pasado a ser foco de megaincendios cada vez más extensos y destructivos. Con graves consecuencias medioambientales, investigaciones advierten que sus efectos son más severos que los de un gran terremoto. ¿Cómo ha influido la industria forestal en este nuevo e inflamable escenario?
 
 
En los últimos años, una serie de graves y extensos incendios forestales han afectado con fuerza y destrucción la zona centro-sur de Chile. Los siniestros no solo han dejado muertes y graves impactos ambientales, sino severas repercusiones económicas y sociales.
 
Los incendios, dado el aumento en intensidad, magnitud y destrucción que ahora tienen, no solo reflejan las consecuencias que está generando la crisis climática, sino que pone en alerta otras cuestiones, como la expansión urbana y las alteraciones en el tipo de uso de los suelos.
 
Así, en pocos años, se ha pasado de una realidad de incendios de variada escala y magnitud a una categoría más aterradora y destructiva: la de los megaincendios. Se trata de fenómenos poderosos y extensos que son extremos en su tamaño e impacto. Y ya no son extraordinarios, sino que se han vuelto peligrosamente recurrentes.
 
De esta manera, por ejemplo, si se toman en cuenta solo los grandes incendios del 2017, el área afectada fueron más de 500.000 hectáreas, mientras que los costos para su extinción alcanzaron unos 350 millones de dólares. Para comprender el poderío de estos siniestros, y de acuerdo con estudios del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, la cantidad emitida de dióxido de carbono (CO2) alcanzó unas 100 millones de toneladas, que equivalen a un 90% del total de emisiones nacionales de CO2 durante el año 2016. Para graficarlo de otra manera: fue como si se juntaran 23 años de emisiones de todos los vehículos livianos de pasajeros en la Región Metropolitana registrados el 2017.
 
Seis años después, los megaincendios de la temporada 2023 superaron las 400.000 hectáreas, tuvieron un costo de poco más de 300 millones de dólares para el Estado y cobraron varias víctimas fatales.
 
¿Qué está pasando que estos incendios destructivos se comienzan a repetir con mayor frecuencia?
 
 
 
 
Árboles como combustible
En general, el 92% de los incendios y el 89% de la superficie afectada por los incendios forestales en Chile se focalizan entre las regiones de Valparaíso y La Araucanía. Es cierto que la mayoría de los siniestros son de poca extensión pero, aunque los incendios mayores a 200 hectáreas solo corresponden al 1% del total, tienen la particularidad de que representan el 74% del total de la superficie quemada por año.
 
El problema es que los períodos de los nuevos megaincendios, que antes se focalizaban principalmente y casi exclusivamente durante el verano, ahora han ampliado su lapso de ocurrencia, ya que ahora se están registrando entre mediados de octubre y fines de mayo del año siguiente. En otras palabras, en un plazo de solo una década la temporada de grandes incendios ha aumentado en casi dos meses en la zona centro-sur de Chile.
 
De acuerdo al tipo de uso del suelo, la mitad de la superficie afectada por grandes incendios entre 1985 y 2018 estuvo cubierta por plantaciones exóticas, de manera especial por pinos y eucaliptos. El bosque nativo representó el 20%. En este sentido, el tipo de uso del suelo ha sido un factor relevante en la expansión y ocurrencia de los megaincendios en Chile, ya que las plantaciones forestales de gran extensión actúan como combustible que favorece la expansión y propagación del fuego ya que son un elemento especialmente denso e inflamable.
 
Una de las principales razones es que, comparadas con las especies nativas, acumulan mayor cantidad de combustible, baja humedad y mayores compuestos volátiles. A ello, si se le suma la sequía y menores niveles de humedad, proporcionan un escenario altamente crítico y propicio para la ocurrencia de incendios forestales.
 
“El desarrollo forestal ha sido indudablemente uno de los factores que ha llevado a un cambio sustancial en el régimen de incendios respecto del aumento del área quemada y la magnitud de hoy tienen los grandes incendios. Esto ha generado serios impactos ecológicos, sociales, económicos, emisiones de CO2  que favorecen el calentamiento global y también en la calidad de vida de las personas en áreas adyacentes. La rápida expansión de los monocultivos forestales, concentrados en pinos y eucaliptus, ambas especies exóticas altamente inflamables, plantadas en áreas continuas generando paisajes homogéneos, y los conflictos territoriales generados por las empresas forestales explican por qué el desarrollo forestal ha promovido los incendios en Chile”, señala Antonio Lara, profesor de Ciencias Forestales y Recursos Naturales de la Universidad Austral de Chile (UACh) desde hace más de 30 años y uno de los investigadores principales del Centro de Investigación en Clima y Resiliencia (CR)2.
 
Respecto de la presencia de la industria forestal en el país, si bien ella ha tenido una amplia expansión tras la promulgación del Decreto Ley 701 del año 1974, su presencia en Chile es más antigua y se remonta a la década del 50. La llegada de las forestales no solo tuvo una razón comercial-empresarial, sino que también fue pensada como una alternativa a la alta erosión que habían sufrido amplios territorios producto del uso de suelo desde 1800 debido a la producción de trigo y otros cereales. Es decir, el uso agrícola también ha tenido una responsabilidad importante en el cambio del paisaje que han experimentado amplias zonas geográficas de Chile.
 
El problema es que la alta rentabilidad de la industria forestal generó que zonas no afectadas por la erosión pasaran a ser ocupadas por la industria de la madera. Así, poco a poco, el paisaje y los espacios de la zona centro-sur del Chile comenzaron a coparse por especies exóticas, lo que comenzó a afectar parte del llamado hotspot chileno, un área de prioridad de conservación debido a su alta biodiversidad y nivel de especies endémicas.
 
“Es muy relevante el tema de la extensión de las plantaciones de pino y eucaliptos, ya que se estima que hoy existen unas tres millones de hectáreas con estas especies. El problema es que los estudios indican que estas especies tienen una alta propensión de inflamabilidad y de propensión al fuego. Ello tiene que ver con sus aceites esenciales, las cortezas secas y las ramas que generan. A esto se suma la homogeneidad de las plantaciones, lo que hace que no exista un diseño del paisaje que respete distintos usos del suelo. Esa estructura constante y homogénea de pinos y eucaliptus hace que los incendios se propaguen de forma importante. Basta ver que hace unos meses tuvimos un megaincendio que abarcó más de cien mil hectáreas”, explica Nicolás Salazar, director del documental "Llamas del Despojo: Incendios del Negocio Forestal".
 
Una mirada también crítica respecto del impacto de las nuevas especies en el paisaje de la zona centro-sur de Chile es la que tiene Aníbal Pauchard, académico del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción: “Las plantaciones de especies introducidas de rápido crecimiento han avanzado durante los últimos 50 años en toda la zona del centro-sur de Chile. En muchos casos, han reemplazado a matorrales y pastizales e incluso a algunas zonas agrícolas y bosques nativos. Estos bosques plantados son muy homogéneos y tienen una alta carga de combustible con especies con características evolutivas asociadas a los incendios forestales, es decir, han evolucionado en ambientes donde el fuego es natural y por lo tanto se reproducen con el fuego y pueden tener follaje con una alta flamabilidad. Lamentablemente, no se consideró el tema de incendios y cambio climático cuando se realizaron estas plantaciones, permitiendo que cuencas completas se transformaran a plantaciones forestales y por ello han dejado más vulnerable el territorio a incendios de características catastróficas”.
 
 
 
 
Los costos del fuego
Existe coincidencia respecto de que los costos asociados a los megaincendios -algunos cálculos los ubican entre 1.500 y 4.800 dólares por hectárea quemada-, están significativamente subestimados al no incluir el impacto sobre flora, fauna, suelo y las afectaciones comunitarias. 
 
En efecto, los estudios muestran que los incendios producen diversos impactos psicológicos y comunitarios que pueden llegar a ser, en el caso de Chile, más severos que los de un gran terremoto. Dichos impactos se asocian a la muerte de familiares o conocidos, al daño material que en muchos casos es total, a la desarticulación temporal de las familias y redes comunitarias, la pérdida de empleos, el desplazamiento forzado, la destrucción de espacios comunes, la multiplicidad de conflictos sociales que se generan o potencian durante o después del incendio, y el hecho de que las respuestas desde distintos sectores -al menos en los casos estudiados- tienden a ser desarticuladas e insuficientes dadas las características de este tipo de desastres.
 
Por supuesto, el Estado ha debido hacer frente a la emergencia. Durante la temporada de incendios 2017, los costos incurridos por el Estado ascendieron a poco más de 362 millones de dólares, lo que equivale a unos 635 dólares por hectárea. Este año, Conaf ha aumentado su inversión en capacidades de combate de incendios, gastando casi 175 millones de dólares para añadir más aviones a su flota, que ahora cuenta con 63 aviones. Nada de esa inversión pública, sin embargo, estaba destinada a otras áreas afectadas, como el turismo, la salud de las personas y pérdidas de biodiversidad, entre otros elementos.
 

“Cuando tienes todos estos grandes paisajes con plantaciones de monocultivos, basta con que se produzca un incendio con el viento a favor para que no haya nada que lo detenga”.

 
También se ha incrementado el gasto privado para enfrentar los megaincendios. Según la Corporación Chilena de la Madera (CORMA), durante la temporada de siniestros 2017-2018 las empresas forestales se vieron obligadas a aumentar sus presupuestos hasta llegar a casi 80 millones de dólares, un 60% más que a inicios de la temporada 2016. 
 
La duda es saber si basta con aumentar la inversión pública y privada para enfrentar los megaincendios o si es que, como lo plantean distintos expertos, se hace necesario un replanteamiento mucho más amplio y estructural respecto de la realidad forestal que hoy existe en Chile.
 
“Las acciones de educación, prevención y organización de las comunidades ante los incendios, así como reforzar la investigación y sanción a quienes provoquen incendios también son de gran importancia. Lo anterior necesita de un Estado más fuerte que desarrolle e implemente políticas territoriales  robustas y coherentes, y que las dos grandes empresas forestales de Chile modifiquen profundamente sus prácticas”, señala el ingeniero forestal Antonio Lara.
 
Y advierte Nicolás Salazar: “Hemos tomado distintas acciones en el combate de los megaincendios, pero lo que se necesita son estrategias de prevención y políticas de manejo del paisaje. No se puede seguir permitiendo amplias extensiones con monocultivos”.
 
"Debes tener diversidad. Cuando tienes todos estos grandes paisajes con plantaciones de monocultivos, basta con que se produzca un incendio con el viento a favor para que no haya nada que lo detenga", coincide Tracy Katelman, directora de ForEverGreen Forestry, una consultora medioambiental de California que en 2014 ayudó a Conaf a poner en marcha su programa Comunidad Preparada Frente a los Incendios Forestales.
 
“Pero no es algo contra lo que podamos luchar y ganar. Ni siquiera lo puede hacer California, que dispone de los mejores recursos y presupuesto”. Por eso Katelman afirma que educar a las comunidades es clave, sobre todo las que son vecinas con plantaciones monocultivos, por ejemplo, dándoles las herramientas y los conocimientos necesarios para acondicionar las viviendas y rediseñar el paisaje con cortafuegos para eliminar los materiales combustibles o las condiciones inflamables.
 
Sin embargo, Antonio Lara es optimista. Con la aprobación de la Ley Marco de Cambio Climático en Chile el año pasado, el cambio de plantaciones hacia más bosques nativos y un paisaje heterogéneo ya está en marcha. La ley prevé reducir la superficie afectada por los incendios, en parte por la restauración de 1 millón de hectáreas de tierras con bosque nativo.
 
Dice Lara: “El impulso que el actual gobierno está dando a la implementación de la Ley Marco de Cambio Climático que establece que ‘no se impulsarán los monocultivos forestales’, y a mayores recursos entregados a los pequeños propietarios para la restauración del bosque nativo, además de iniciativas de algunas empresas forestales, son clave para la transformación de paisajes dominados por extensas plantaciones. Esta transformación implica el reemplazo de parte de las plantaciones, de tal manera de avanzar hacia paisajes heterogéneos, de menor combustibilidad, menor ocurrencia de incendios y más resilientes".
 
En una entrevista reciente con Patagon Journal, el director ejecutivo de CONAF, Christian Little, admite que la causa fundamental que debe abordarse es la necesidad de construir "paisajes resilientes que no sean susceptibles a este tipo de eventos". Y explica que CONAF está apoyando algunos proyectos a gran escala para convertir plantaciones en bosque nativo y otros de menor envergadura, como el proyecto “+Bosques” (financiado por el Fondo Verde para el Clima de la ONU), que busca gestionar de manera sostenible bosques nativos.
 
Aunque Little afirma que el 99% de los incendios en Chile son provocados por las personas, también dijo que las plantaciones homogéneas de pinos y eucaliptos no hacen más que avivar las llamas. "Evidentemente, cuando hay paisajes que tienen una continuidad de plantación, son cientos y miles de hectáreas de un paisaje que es mucho más propenso a que si se genera un incendio, tenga carácter catastrófico”.
 
Y agrega: “La única forma de tener una medida firme en temas de adaptación al cambio climático es reconvirtiendo paisajes, haciéndolos más resilientes, pero eso significa entregar mayor heterogeneidad y mayor complejidad, no solamente al paisaje, sino que también a las personas que tengan una visión más allá del bosque, más allá de las plantaciones, una visión ecosistémica, algo más complejo”.